25 de Julio de 2009.- Han tenido que pasar dos años, cinco meses y diez días desde que anunciara su voluntad de presentarse a las elecciones presidenciales para que Barack Obama realizara un comentario espontáneo y emocional sobre una la espinosa cuestión racial. ¡Y menuda la que se ha liado!
Tanto como presidente y candidato, Obama nos tenía acostumbrado a unas reflexiones frías, racionales y calculadas sobre este tema. Casi me atrevería a calificarlas de asépticas. Leídas directamente de su inseparable teleprómpter -esas pantallitas de cristales que le marcan el camino en todos sus discursos-, sus intervenciones ni una sola vez atravesaron la frontera de lo políticamente correcto.
Incluso en el emocional discurso que realizó sobre las relaciones raciales tras el escándalo de su deslenguado pastor, y que muchos confesaron que les había llegado al alma, cada palabra y expresión había sido analizada y pulida con esmero antes de entrar a formar parte del borrador definitivo.
Consciente de que el mínimo desliz en el divisivo tema racial podía abortar su improbable camino hacia la Casa Blanca, Obama demostró una capacidad de autocontrol impresionante durante toda la campaña electoral al ser cuestionado sobre estos temas.
Esta misma actitud de maestro 'zen' fue la que empleó el miércoles pasado para abordar la reforma sanitaria, una batalla en la que muchos analistas sostienen que se juega poco menos que el éxito de su entera presidencia. Como un buen alumno, en su conferencia de prensa televisada Obama se ajustó fielmente al guión que había preparado con sus asesores. Los conceptos e ideas que utilizó parecían sacados directamente de algún 'focus group', esos laboratorios sociológicos donde se prueba la eficacia de los mensajes políticos.
Pero una de las preguntas, la última, fue sobre otro tema totalmente diferente a la sanidad: el arresto del profesor Gates. Quizás, por completamente inesperada, la cuestión le pilló con la guardia bajada. Y por una vez Obama habló sin que entre su cerebro, y su lengua hubiera una decena de filtros.
Bajo su punto de vista, la policía de Cambridge actuó "de forma estúpida" al arrestar a su amigo Gates tras comprobar que la llamada que alertaba sobre un posible robo era errónea. Además, recordó que había una historia de discriminación policial en los EEUU contra negros e hispanos.
El comentario se salía completamente de los límites de lo considerado políticamente correcto en los EEUU, de ahí el posterior escándalo. Además, en su contra, figuraba su propia admisión de que opinaba sin conocer en detalle los hechos.
Viendo cómo la polémica iba creciendo por horas, y empezaba a convertirse en peligrosa, Obama se dio cuenta que había metido la pata, y decidió rectificar. Conversó con el agente Crowley, y convocó una rueda de prensa en la que aseguró que no había querido ofender a la Policía, lo más cercano a pedir disculpas que el orgullo de un presidente puede permitir.
Tras esta acción, lo más probable es que es calmen las cosas, y la controversia no vayan a más. De aquí unos días, parecerá una tormenta en un vaso de agua, y los medios volverán a hablar de la crucial reforma sanitaria.
Pero al menos este episodio habrá servido para demostrar que Obama no es un robot infalible teledirigido por control remoto. El hombre tiene también sus emociones, y como a la mayoría de afroamericanos o latinos, les pone a 100 que la policía les tome por sospechosos sólo por el color de su piel. De hecho, Obama reconoce haber padecido de joven el llamado 'racial profiling'. Quizás es la frustración contenida que sintió entonces la que el miércoles hizo saltar en pedazos el teleprómpter.